Primera: 2Sam 5, 1-3; Salmo 121; Segunda: Col 1, 12-20; Evangelio: Lc 23, 35-43
Autor: P. Antonio Izquierdo | Fuente: Catholic.net
Sagrada Escritura:
Primera: 2Sam 5, 1-3
Salmo 121
Segunda: Col 1, 12-20
Evangelio: Lc 23, 35-43
Nexo entre las lecturas
"Rey de Israel, rey de los judíos, reino del Hijo" son las expresiones con que la liturgia nos recuerda solemnemente la gozosa realidad de Jesucristo, rey del universo. El título de la cruz sobre la que Jesús murió para redimir a los hombres era el siguiente: "Jesús nazareno, rey de los judíos" (Evangelio). Históricamente, este título se remontaba hasta David, rey de Israel, (primera lectura), de quien Jesús descendía según la carne. Recordando Pablo a los colosenses la obra redentora de Cristo les escribe: "El Padre nos trasladó al Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados" (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. David, rey de Israel. Los israelitas habían comenzado la conquista de la tierra prometida al final del siglo XIII a. C., bajo el caudillaje de Josué. La conquista fue progresiva y se prolongó por mucho tiempo. Por fin se pudo considerar acabada, al menos en términos generales, y se procedió a la distribución de la tierra por tribus. Por largos decenios y lustros, cada una de las tribus mantuvo su independencia y propia autonomía. Si alguna tribu se unía con otra, era fundamentalmente en plan de defensa o ataque de sus enemigos. Durante este período, se fue estableciendo casi espontáneamente una diferenciación entre las tribus del Norte y las del Sur. Cuando Samuel ungió rey a David, lo hizo sólo sobre las tribus del Sur (Judá, Benjamín y Efraín) y sobre ellas reinó siete años en Hebrón. La personalidad extraordinaria de David, su genio militar que logró conquistar la fortaleza de Jerusalén tenida por inexpugnable, y su capacidad innegable de caudillaje, indujo a los jefes de las tribus del Norte a proclamarle también su rey. "El rey David hizo un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de Yahvé, y ungieron a David como rey de Israel" (primera lectura). Fue un paso decisivo en la historia de Israel: por primera vez se consiguió la unificación de las doce tribus, se instauró un solo rey y por tanto un solo mando político-militar, y se eligió la ciudad de Jerusalén como capital del nuevo reino de Israel y Judá. El reino de Cristo, prolongación del reino de Israel, está compuesto igualmente de doce "tribus", unidas bajo el mando de un único rey, y que tiene su capital en Jerusalén, la capital del reino mesiánico, inaugurado por Jesucristo en la cruz.
2. Jesús, el rey de los judíos. Esta es la causa por la cual Jesús muere en una cruz elevada sobre el Gólgota. El texto está escrito en hebreo, en latín y en griego, para que lo entendiesen todos los habitantes que habían venido a Jerusalén para celebrar la Pascua en la primavera del año 30 d.C. ¿Un crucificado, rey de los judíos? Esta ignominia era insoportable para las autoridades de Jerusalén, por eso acudieron a Pilatos a pedirle que cambiase el título. Pilatos no cedió. "Lo escrito, escrito está". El título es ocasión de burla y sarcasmo de los soldados romanos: "Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!" (evangelio). Solamente uno de los ladrones intuyó que el reino de ese crucificado tenía que ser de otra índole que los reinos de la tierra, y así le dijo: "Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino" (evangelio). El título es, pues, verdadero, pero nos reenvía a un reino de otras características: un Reino de verdad y de vida, un Reino de santidad y de gracia, un Reino de justicia, de amor y de paz" (prefacio). En el sometimiento "impotente" y doloroso de un crucificado al reino de la fuerza dominante está la clave y el fundamento del reino del amor, de la misericordia y del perdón.
2. El Reino de su Hijo. El Padre, llamándonos a la fe cristiana, nos ha trasladado al Reino de su Hijo mediante el bautismo. Su Hijo es Jesús de Nazaret, el crucificado, ahora resucitado y glorioso. El reino del Hijo no es ya sólo un pueblo o una raza. No es sólo el reino interior en el corazón de los hombres. Es por añadidura el reino sobre el cosmos, sobre toda la creación. "En él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, tronos, dominaciones, principados, potestades: todo fue creado por él y para él" (segunda lectura). Para el Hijo, "rey" no es meramente un título, corresponde a su esencia. Nada está fuera de su reinado ni en el tiempo ni más allá del tiempo. El Hijo es el rey del universo en toda su grandeza y esplendor, con toda su potencia y energía. Es el rey de la historia, el que domina y dirige todos los acontecimientos humanos hacia su fin. Es el rey de los individuos, en quienes reina por la fe, la esperanza y la caridad, por la justicia, la paz y la solidariedad.
Sugerencias pastorales
1. "El condicional de la duda". "Si eres rey...": he ahí la eterna tentación del hombre hundido en su miseria e indigencia. "Si eres el Hijo de Dios...", así el tentador y así tantos hombres a lo largo de la historia. "Si eres bueno..., ¿porqué reina tanto mal a nuestro alrededor?". "Si me amas..., ¿porqué en lugar de que reine tu amor en mí, reina, al contrario, el desorden de las pasiones, el desenfreno del egoísmo?". "Si eres rey..., ¿cómo es posible que haya gobiernos descreídos y ateos, que persiguen, encarcelan y asesinan a tus súbditos?". "Si eres rey..., qué clase de reinado es el tuyo que tanto se oculta hasta el punto que se desvanece y llega casi a desaparecer?". "Si eres rey...". La duda nos atosiga y nos sacude interiormente. El condicional nos muerde el alma hasta la herida mortal. "Eso de Cristo Rey, ¿no será un cuento de hadas o una de tantas utopías que recorren la historia?". "Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera", canta la Iglesia. "¿Es esto verdad o más bien un exagerado triunfalismo?". ¡Seamos valientes! Quitemos de una vez por todas el "si" condicional de nuestras relaciones con Jesucristo Rey. En lugar de dudar, agradezcamos al Padre que no haya querido instaurar un reino como hubiésemos querido los hombres, a la medida de nuestros deseos y de nuestras mezquinas concepciones de las cosas. Cristo reina según su designio y su medida, no según la nuestra. El Reino de Cristo se recibe como un regalo, como una revelación del cielo; no es fruto de una mente humana privilegiada ni del acuerdo decisorio de los hombres. El Reino de Cristo se instala en la vida de los hombres, pero no es un árbol ya hecho, sino una planta que crece. Desde el momento que ponemos el reino de Cristo bajo la ley del condicional, estemos seguros de que estamos corriendo el riesgo de no entenderlo y de quedarnos fuera.
2. ¡Venga tu Reino!. Tertuliano en su comentario al padrenuestro escribe: "Que tu Reino venga lo antes posible es el deseo de los cristianos, es la confusión para las naciones. Nosotros sufrimos por esto, más aún nosotros rezamos por su llegada". Es un deseo que los cristianos venimos repitiendo desde hace 21 siglos. Venga a nuestra tierra tu reino de paz en los Balcanes, en la tierra de Israel, en Malasia, en el cuerno de África o de los grandes lagos, en todas las naciones. Venga a nuestra tierra tu reino de justicia frente a la corrupción invadente, frene a tantas diferencias sociales y económicas, frente a tanta degradación moral. Venga tu reino de amor entre los esposos, entre padres e hijos, entre miembros de diferentes razas o religiones; de amor hacia los niños y hacia los ancianos, hacia los pobres y enfermos, hacia todos los más necesitados de atención, cariño, ternura. Sabemos que el Reino de Cristo vive en una situación de tensión permanente, porque lo exige su mismo crecimiento, porque encuentra resistencias a su acción transformadora. Con todo, porque llegue este reino de paz, de justicia y de amor trabajamos, sufrimos, oramos los cristianos y todos los hombres de buena voluntad. ¡Venga tu Reino! Sea ese el grito con el que amanezcamos a un nuevo día y con que cerremos el duro bregar de la jornada. "Para que, digamos con san Cipriano, nosotros que lo hemos servido en esta vida, reinemos en la otra con Cristo Rey, como él mismo nos ha prometido".
Autor: P. Antonio Izquierdo | Fuente: Catholic.net
Sagrada Escritura:
Primera: 2Sam 5, 1-3
Salmo 121
Segunda: Col 1, 12-20
Evangelio: Lc 23, 35-43
Nexo entre las lecturas
"Rey de Israel, rey de los judíos, reino del Hijo" son las expresiones con que la liturgia nos recuerda solemnemente la gozosa realidad de Jesucristo, rey del universo. El título de la cruz sobre la que Jesús murió para redimir a los hombres era el siguiente: "Jesús nazareno, rey de los judíos" (Evangelio). Históricamente, este título se remontaba hasta David, rey de Israel, (primera lectura), de quien Jesús descendía según la carne. Recordando Pablo a los colosenses la obra redentora de Cristo les escribe: "El Padre nos trasladó al Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados" (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. David, rey de Israel. Los israelitas habían comenzado la conquista de la tierra prometida al final del siglo XIII a. C., bajo el caudillaje de Josué. La conquista fue progresiva y se prolongó por mucho tiempo. Por fin se pudo considerar acabada, al menos en términos generales, y se procedió a la distribución de la tierra por tribus. Por largos decenios y lustros, cada una de las tribus mantuvo su independencia y propia autonomía. Si alguna tribu se unía con otra, era fundamentalmente en plan de defensa o ataque de sus enemigos. Durante este período, se fue estableciendo casi espontáneamente una diferenciación entre las tribus del Norte y las del Sur. Cuando Samuel ungió rey a David, lo hizo sólo sobre las tribus del Sur (Judá, Benjamín y Efraín) y sobre ellas reinó siete años en Hebrón. La personalidad extraordinaria de David, su genio militar que logró conquistar la fortaleza de Jerusalén tenida por inexpugnable, y su capacidad innegable de caudillaje, indujo a los jefes de las tribus del Norte a proclamarle también su rey. "El rey David hizo un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de Yahvé, y ungieron a David como rey de Israel" (primera lectura). Fue un paso decisivo en la historia de Israel: por primera vez se consiguió la unificación de las doce tribus, se instauró un solo rey y por tanto un solo mando político-militar, y se eligió la ciudad de Jerusalén como capital del nuevo reino de Israel y Judá. El reino de Cristo, prolongación del reino de Israel, está compuesto igualmente de doce "tribus", unidas bajo el mando de un único rey, y que tiene su capital en Jerusalén, la capital del reino mesiánico, inaugurado por Jesucristo en la cruz.
2. Jesús, el rey de los judíos. Esta es la causa por la cual Jesús muere en una cruz elevada sobre el Gólgota. El texto está escrito en hebreo, en latín y en griego, para que lo entendiesen todos los habitantes que habían venido a Jerusalén para celebrar la Pascua en la primavera del año 30 d.C. ¿Un crucificado, rey de los judíos? Esta ignominia era insoportable para las autoridades de Jerusalén, por eso acudieron a Pilatos a pedirle que cambiase el título. Pilatos no cedió. "Lo escrito, escrito está". El título es ocasión de burla y sarcasmo de los soldados romanos: "Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!" (evangelio). Solamente uno de los ladrones intuyó que el reino de ese crucificado tenía que ser de otra índole que los reinos de la tierra, y así le dijo: "Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino" (evangelio). El título es, pues, verdadero, pero nos reenvía a un reino de otras características: un Reino de verdad y de vida, un Reino de santidad y de gracia, un Reino de justicia, de amor y de paz" (prefacio). En el sometimiento "impotente" y doloroso de un crucificado al reino de la fuerza dominante está la clave y el fundamento del reino del amor, de la misericordia y del perdón.
2. El Reino de su Hijo. El Padre, llamándonos a la fe cristiana, nos ha trasladado al Reino de su Hijo mediante el bautismo. Su Hijo es Jesús de Nazaret, el crucificado, ahora resucitado y glorioso. El reino del Hijo no es ya sólo un pueblo o una raza. No es sólo el reino interior en el corazón de los hombres. Es por añadidura el reino sobre el cosmos, sobre toda la creación. "En él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, tronos, dominaciones, principados, potestades: todo fue creado por él y para él" (segunda lectura). Para el Hijo, "rey" no es meramente un título, corresponde a su esencia. Nada está fuera de su reinado ni en el tiempo ni más allá del tiempo. El Hijo es el rey del universo en toda su grandeza y esplendor, con toda su potencia y energía. Es el rey de la historia, el que domina y dirige todos los acontecimientos humanos hacia su fin. Es el rey de los individuos, en quienes reina por la fe, la esperanza y la caridad, por la justicia, la paz y la solidariedad.
Sugerencias pastorales
1. "El condicional de la duda". "Si eres rey...": he ahí la eterna tentación del hombre hundido en su miseria e indigencia. "Si eres el Hijo de Dios...", así el tentador y así tantos hombres a lo largo de la historia. "Si eres bueno..., ¿porqué reina tanto mal a nuestro alrededor?". "Si me amas..., ¿porqué en lugar de que reine tu amor en mí, reina, al contrario, el desorden de las pasiones, el desenfreno del egoísmo?". "Si eres rey..., ¿cómo es posible que haya gobiernos descreídos y ateos, que persiguen, encarcelan y asesinan a tus súbditos?". "Si eres rey..., qué clase de reinado es el tuyo que tanto se oculta hasta el punto que se desvanece y llega casi a desaparecer?". "Si eres rey...". La duda nos atosiga y nos sacude interiormente. El condicional nos muerde el alma hasta la herida mortal. "Eso de Cristo Rey, ¿no será un cuento de hadas o una de tantas utopías que recorren la historia?". "Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera", canta la Iglesia. "¿Es esto verdad o más bien un exagerado triunfalismo?". ¡Seamos valientes! Quitemos de una vez por todas el "si" condicional de nuestras relaciones con Jesucristo Rey. En lugar de dudar, agradezcamos al Padre que no haya querido instaurar un reino como hubiésemos querido los hombres, a la medida de nuestros deseos y de nuestras mezquinas concepciones de las cosas. Cristo reina según su designio y su medida, no según la nuestra. El Reino de Cristo se recibe como un regalo, como una revelación del cielo; no es fruto de una mente humana privilegiada ni del acuerdo decisorio de los hombres. El Reino de Cristo se instala en la vida de los hombres, pero no es un árbol ya hecho, sino una planta que crece. Desde el momento que ponemos el reino de Cristo bajo la ley del condicional, estemos seguros de que estamos corriendo el riesgo de no entenderlo y de quedarnos fuera.
2. ¡Venga tu Reino!. Tertuliano en su comentario al padrenuestro escribe: "Que tu Reino venga lo antes posible es el deseo de los cristianos, es la confusión para las naciones. Nosotros sufrimos por esto, más aún nosotros rezamos por su llegada". Es un deseo que los cristianos venimos repitiendo desde hace 21 siglos. Venga a nuestra tierra tu reino de paz en los Balcanes, en la tierra de Israel, en Malasia, en el cuerno de África o de los grandes lagos, en todas las naciones. Venga a nuestra tierra tu reino de justicia frente a la corrupción invadente, frene a tantas diferencias sociales y económicas, frente a tanta degradación moral. Venga tu reino de amor entre los esposos, entre padres e hijos, entre miembros de diferentes razas o religiones; de amor hacia los niños y hacia los ancianos, hacia los pobres y enfermos, hacia todos los más necesitados de atención, cariño, ternura. Sabemos que el Reino de Cristo vive en una situación de tensión permanente, porque lo exige su mismo crecimiento, porque encuentra resistencias a su acción transformadora. Con todo, porque llegue este reino de paz, de justicia y de amor trabajamos, sufrimos, oramos los cristianos y todos los hombres de buena voluntad. ¡Venga tu Reino! Sea ese el grito con el que amanezcamos a un nuevo día y con que cerremos el duro bregar de la jornada. "Para que, digamos con san Cipriano, nosotros que lo hemos servido en esta vida, reinemos en la otra con Cristo Rey, como él mismo nos ha prometido".